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Hemeroteca :: Edición del 01/04/2012 | Salir de la hemeroteca
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Entre 1348 y 1351 una terrible epidemia asoló los campos y las ciudades europeas, dejando millones de muertos a su paso. La peste negra llegó a España desde Francia, siguiendo las rutas comerciales y enseguida se mostró como un enemigo contra el que la precaria medicina de la época nada podía hacer.

Por: Janire Rámila

Los más escupían sangre, otros tenían en el cuerpo manchas rojas y oscuras y de estos ninguno escapaba. Otros tenían apostemas o estrumas en las ingles o bajo las axilas y de éstos algunos escapaban (…) y hay que saber que estos enfermos eran muy contagiosos y que casi todos los que cuidaban los enfermos, morían, así como los sacerdotes que recogían las confesiones”. Este relato, dejado por un monje agustino francés en 1348, resume perfectamente la situación que se vivió en casi toda Europa a mediados del siglo XIV por culpa de una terrorífica epidemia de peste, la primera, que conoció nuestro continente.

Gracias al trabajo de diversos historiadores, hoy sabemos que el mal se originó en territorio asiático y que, desde allí, entró en contacto con los europeos en el puerto de Caffa, entonces una colonia de la república marítima de Génova en el Mar Negro.

En la primavera de 1347, Caffa había sufrido un duro asedio por el jefe tártaro Djani Bek. Pese a su arrojo, las murallas resistieron las embestidas y el bárbaro se vio obligado a levantar el sitio porque a la resistencia de los sitiados, se le unió una plaga de peste que diezmó sus tropas. Claro síntoma de que la enfermedad había llegado con los tártaros desde Oriente. Sin embargo, antes de retirarse, y consciente de lo contagioso de la enfermedad, arrojó a los apestados ya fallecidos por encima de las murallas para “envenenar a los cristianos”, según reflejan las crónicas de la campaña. De este modo, Caffa recogió el testigo de un mal prácticamente desconocido hasta entonces en Europa.

Siguiendo con el relato, a fines de ese año de 1347 algunos marinos genoveses enfermos recalaron en Italia procedentes de Caffa, propagando la enfermedad con tremenda rapidez. Desde allí la peste recorrió las localidades costeras de la Provenza francesa, alcanzando la península Ibérica a mediados de 1348. En lo que respecta a Europa Central, la peste siguió desde Italia la ruta del Ródano, expandiéndose hasta el Atlántico y el Báltico.

La rapidez de su propagación, unida a sus terribles consecuencias, asombraron a todas las clases sociales, llegando el rey Alfonso XI a señalar en su Crónica: “Esta fue la primera et grandes pestilencia que es llamada mortandad grande (…) en las partes de Inglaterra, et de Italia, et aun en Castiella, et en Leon, et en Extremadura, et en otras partidas”.

Antes de proseguir es necesaria realizar una aclaración sobre los términos peste, pestilencia y plaga. Como indica el sociólogo Miguel Ángel Almodóvar en su libro El hambre en España (Oberon, 2003), “a lo largo de la Edad Media se utilizaron los términos peste, pestilencia y plaga para cualquier enfermedad de carácter epidémico causante de una elevada mortandad, por lo que las referencias a la peste no significaban siempre peste bubónica en sentido estricto”. De hecho, la palabra peste se aplicaba con mucha frecuencia para referirse a epidemias de gripe, viruela, cólera… Es por ello, que lo más exacto sea hablar de “peste negra”, “muerte negra” o “la gran mortandad”, los términos precisos con los que se denominó al mal del que nos estamos ocupando.

Aunque no se haya encontrado una vinculación entre hambruna y peste, parece lógico señalar que la desnutrición en la que vivían los españoles del siglo XIV favoreció que la enfermedad no encontrase resistencia en unos cuerpos escuálidos y con las defensas bajo mínimos. Basta mirar la dieta de la época para comprender que cualquier enfermedad suponía un serio peligro para la vida de quien la padeciese. Y es que la gran mayoría de la población comía una vez al día, y casi siempre al caer la tarde. Como desayuno, apenas un tentempié y algo que no les permitiese desfallecer a media mañana.

La base de la alimentación era el pan y no siempre de buena calidad. A veces se acompañaba con potajes de cebada a medio moler y un poco de tocino y, en ocasiones, incluso podían disfrutar de un plato de lentejas, en aquellos años relegadas a las clases más humildes. La verdura cerraba el círculo alimenticio de los trabajadores, quedando la carne reservada para los nobles, eclesiásticos y ricos comerciantes.

Por esta dependencia de la tierra, bastaba una mala cosecha o un pedrisco para que una población entera quedase abocada al hambre y a la muerte. Y eso fue lo que sucedió en los años previos a la epidemia de peste negra. Mallorca padecía el hambre desde 1331 y en Valencia se presentó entre 1333 y 1334, con tal fuerza, que 1347 sería recordado como el de la gran fam (la gran hambre). En Castilla los continuos pedriscos malograron varias cosechas seguidas, señalándose en las Cortes de Burgos que “fue muy grant mortandat en los ganados, e otrosí la simiença muy tardía por el muy gran temporal que ha fecho de muy grandes nieves e de grandes yelos”. La peste tenía un caldo de cultivo ideal para aumentar su poder destructivo.

Los primeros apestados surgieron en el antiguo Reino de Mallorca, seguramente por su continuo contacto comercial vía marítima con mercaderes italianos y genoveses. Allí penetró en la primavera de 1348. Parece ser que las primeras víctimas computadas fueron las de Alcudia, pero enseguida la enfermedad saltó a las poblaciones limítrofes, alcanzando todas las islas en apenas dos meses.

De Mallorca la peste saltó a Cataluña, aunque otros estudiosos piensan que llegó por el itinerario sur de Francia, al ser Perpiñán, entonces territorio catalán, uno de los principales focos de infección desde 1347.
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