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Entre
1348 y 1351 una terrible epidemia asoló los campos y las ciudades
europeas, dejando millones de muertos a su paso. La peste negra llegó a
España desde Francia, siguiendo las rutas comerciales y enseguida se
mostró como un enemigo contra el que la precaria medicina de la época
nada podía hacer.
Por: Janire Rámila
Los más escupían sangre, otros tenían en el cuerpo
manchas rojas y oscuras y de estos ninguno escapaba. Otros tenían
apostemas o estrumas en las ingles o bajo las axilas y de éstos algunos
escapaban (…) y hay que saber que estos enfermos eran muy contagiosos y
que casi todos los que cuidaban los enfermos, morían, así como los
sacerdotes que recogían las confesiones”. Este relato, dejado por un
monje agustino francés en 1348, resume perfectamente la situación que se
vivió en casi toda Europa a mediados del siglo XIV por culpa de una
terrorífica epidemia de peste, la primera, que conoció nuestro
continente.
Gracias al trabajo de diversos historiadores, hoy
sabemos que el mal se originó en territorio asiático y que, desde allí,
entró en contacto con los europeos en el puerto de Caffa, entonces una
colonia de la república marítima de Génova en el Mar Negro.
En la
primavera de 1347, Caffa había sufrido un duro asedio por el jefe
tártaro Djani Bek. Pese a su arrojo, las murallas resistieron las
embestidas y el bárbaro se vio obligado a levantar el sitio porque a la
resistencia de los sitiados, se le unió una plaga de peste que diezmó
sus tropas. Claro síntoma de que la enfermedad había llegado con los
tártaros desde Oriente. Sin embargo, antes de retirarse, y consciente de
lo contagioso de la enfermedad, arrojó a los apestados ya fallecidos
por encima de las murallas para “envenenar a los cristianos”, según
reflejan las crónicas de la campaña. De este modo, Caffa recogió el
testigo de un mal prácticamente desconocido hasta entonces en Europa.
Siguiendo
con el relato, a fines de ese año de 1347 algunos marinos genoveses
enfermos recalaron en Italia procedentes de Caffa, propagando la
enfermedad con tremenda rapidez. Desde allí la peste recorrió las
localidades costeras de la Provenza francesa, alcanzando la península
Ibérica a mediados de 1348. En lo que respecta a Europa Central, la
peste siguió desde Italia la ruta del Ródano, expandiéndose hasta el
Atlántico y el Báltico.
La rapidez de su propagación, unida a sus
terribles consecuencias, asombraron a todas las clases sociales,
llegando el rey Alfonso XI a señalar en su Crónica: “Esta fue la primera
et grandes pestilencia que es llamada mortandad grande (…) en las
partes de Inglaterra, et de Italia, et aun en Castiella, et en Leon, et
en Extremadura, et en otras partidas”.
Antes de proseguir es
necesaria realizar una aclaración sobre los términos peste, pestilencia y
plaga. Como indica el sociólogo Miguel Ángel Almodóvar en su libro El
hambre en España (Oberon, 2003), “a lo largo de la Edad Media se
utilizaron los términos peste, pestilencia y plaga para cualquier
enfermedad de carácter epidémico causante de una elevada mortandad, por
lo que las referencias a la peste no significaban siempre peste bubónica
en sentido estricto”. De hecho, la palabra peste se aplicaba con mucha
frecuencia para referirse a epidemias de gripe, viruela, cólera… Es por
ello, que lo más exacto sea hablar de “peste negra”, “muerte negra” o
“la gran mortandad”, los términos precisos con los que se denominó al
mal del que nos estamos ocupando.
Aunque no se haya encontrado
una vinculación entre hambruna y peste, parece lógico señalar que la
desnutrición en la que vivían los españoles del siglo XIV favoreció que
la enfermedad no encontrase resistencia en unos cuerpos escuálidos y con
las defensas bajo mínimos. Basta mirar la dieta de la época para
comprender que cualquier enfermedad suponía un serio peligro para la
vida de quien la padeciese. Y es que la gran mayoría de la población
comía una vez al día, y casi siempre al caer la tarde. Como desayuno,
apenas un tentempié y algo que no les permitiese desfallecer a media
mañana.
La base de la alimentación era el pan y no siempre de
buena calidad. A veces se acompañaba con potajes de cebada a medio moler
y un poco de tocino y, en ocasiones, incluso podían disfrutar de un
plato de lentejas, en aquellos años relegadas a las clases más humildes.
La verdura cerraba el círculo alimenticio de los trabajadores, quedando
la carne reservada para los nobles, eclesiásticos y ricos comerciantes.
Por
esta dependencia de la tierra, bastaba una mala cosecha o un pedrisco
para que una población entera quedase abocada al hambre y a la muerte. Y
eso fue lo que sucedió en los años previos a la epidemia de peste
negra. Mallorca padecía el hambre desde 1331 y en Valencia se presentó
entre 1333 y 1334, con tal fuerza, que 1347 sería recordado como el de
la gran fam (la gran hambre). En Castilla los continuos pedriscos
malograron varias cosechas seguidas, señalándose en las Cortes de Burgos
que “fue muy grant mortandat en los ganados, e otrosí la simiença muy
tardía por el muy gran temporal que ha fecho de muy grandes nieves e de
grandes yelos”. La peste tenía un caldo de cultivo ideal para aumentar
su poder destructivo.
Los primeros apestados surgieron en el
antiguo Reino de Mallorca, seguramente por su continuo contacto
comercial vía marítima con mercaderes italianos y genoveses. Allí
penetró en la primavera de 1348. Parece ser que las primeras víctimas
computadas fueron las de Alcudia, pero enseguida la enfermedad saltó a
las poblaciones limítrofes, alcanzando todas las islas en apenas dos
meses.
De Mallorca la peste saltó a Cataluña, aunque otros
estudiosos piensan que llegó por el itinerario sur de Francia, al ser
Perpiñán, entonces territorio catalán, uno de los principales focos de
infección desde 1347.